Ha terminado el verano y con él las aventuras vividas en el pueblo, el camping, la playa o campamentos. Estas experiencias posibilitan que niños y adolescentes convivan y conozcan personas de otros lugares, amplíen su círculo de relaciones y puedan tener una visión más amplía del mundo en el que vivimos. Seguramente muchos de los que me leen recuerdan esos tiempos de verano en su niñez y aún conserven amistades en el pueblo.

Gracias a Dios esto sigue siendo así para muchos, la diferencia está en que esas relaciones que, antes se vivían de manera muy intensa durante 15 o 30 días y permitían una desconexión con la realidad cotidiana, ahora no es así. En el tiempo y en el espacio cohabitan los grupos de amistad y las conversaciones con los amigos del lugar de origen y las amistades del periodo vacacional. Así, es muy común que desconectar del grupo del cole o del barrio o mi mejor amigo o amiga durante el verano no sea posible y que aquellas vivencias que después uno querría contar se hacen ahora en tiempo real.  Hemos de ser conscientes de que esto es así, es el tiempo que nos toca vivir y no significa que sea mejor ni peor, simplemente que nuestros adolescentes viven las cosas de manera diferente a como lo hacíamos nosotros.

Sin embargo, hay una práctica que ya lleva un tiempo instalada en los hábitos de los adolescentes y que va creciendo de manera exponencial. Son las conexiones o videollamadas ramdon —término cada vez más de moda en vocabulario juvenil—. Ramdon es una palabra anglosajona que significa aleatorio, esto ya nos da una pista de por dónde va esta práctica. La dinámica es muy sencilla, bien de manera individual o bien en grupo, se trata de elegir una persona o grupo al azar para tener una videollamada. En principio se hacía con las redes sociales de toda la vida, eligiendo un contacto al azar, en la actualidad hay más de una decena de aplicaciones que permiten hacer esto con un simple registro. De esta manera un grupo de personas en un parque de una pequeña localidad del norte de España podría conectarse con otro grupo del sur, por poner un ejemplo. Si la conversación es entretenida puede durar lo que queramos, si es aburrida o simplemente no nos convence le damos desconectar y no volveremos a saber de ellos. 

Preguntado a un grupo de chicos sobre esta práctica me dicen que lo hacen porque es divertido y porque no quieren hablar siempre con las mismas personas. En principio no tengo nada que objetar, siempre que se haga de manera legal y sana, pues permite conocer otras realidades. Ahora bien, también es cierto que estas App no están controladas y uno no sabe con quién se puede encontrar al otro lado ni las intenciones que tiene, por eso, como siempre, el diálogo y la educación es fundamental antes de que los niños se adentren en estas experiencias.

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Publicado en Boletín Salesiano