noviembre2014

A veces me resulta complicado acertar con una imagen cuando el tema es, como decirlo, algo poco tangible. El misterio, el sentir la pequeñez ante la inmensidad de Dios es algo que difícilmente puede ser plasmado con una imagen. Menos mal que siempre tendremos la Biblia. En ella tenemos un ejemplo  que nos viene que ni pintado, el episodio de Moisés ante la zarza ardiente. Posiblemente uno de los pasajes más bellos que podamos encontrarnos en las Sagradas Escrituras. Moisés después de un tiempo en Madián, cuando estaba en las faenas cotidianas, pastoreando a las ovejas, oyó una voz que le hablaba desde una zarza. Ésta ardía sin consumirse. Al acercase la voz del Señor le dijo “descálzate, estás en tierra sagrada” (Ex 3).

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Esta es la historia de Moisés, que tardó más de 40 años en descubrir lo que Dios quería de él. Hoy, en cambio, son muchas las personas, que agobiados por el ruido la rutina diaria dedican los fines de semana a escaparse. Se adentran en la naturaleza y y allí buscan «reencontrarse» consigo mismo. Muchos lo hacen con un motivo espiritual, otros como mera terapia. Otros sin embargo buscan y ansían contemplar el misterio a Moisés se le presentó en lo cotidiano.

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La pregunta es como traer esto mismo en el mundo cosmopolita, globalizado y altamente urbanizado en el que hoy vivimos. Siguiendo la dinámica de este curso presento un díptico para la cubierta de la revista. Por uno de los lados está la zarza que mencionamos, esta vez en medio de la ciudad. Justamente en la calle, rodeada de edificios. En el otro lado vemos la imagen de la inmensidad de la montaña, ese lugar al que escapamos para encontrarnos con Dios. La reflexión que presento es que en ambos lugares es posible el encuentro con Dios. Lo podemos buscar en la “huida», cierto y tal vez para muchos valga y baste, la pregunta es si tal vez esa huida no sea una huida interior. Pero también podemos encontrarlo en lo cotidiano, en lo diario, en los quehaceres diarios, “Dios anda entre los pucheros” que diría Santa Teresa.

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Justamente pretendo reflexionar sobre la unidad de ambos dibujos, no como un enfrentamiento, al que seguramente estemos acostumbrados, sino como una unidad. A Dios se le puede contemplar en la belleza de la naturaleza, pero también en el día a día. La cuestión no es si Dios se hace presente, sino si estoy preparado para sintonizar con Él.

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